25 de julio de 2023, 0 Comentarios

Propuesta para una Mejor Vida Comunitaria

Este artículo es un preámbulo orientativo del trabajo riguroso, concienzudo y estructurado que ofrezco, de manera presencial, para comunidades religiosas. Las formaciones que imparto las realizo en modalidad de retiros, talleres, seminarios y asesorías.
A través de él, abro las puertas a un proceso de reflexión sobre la influencia y boicot que ejercen determinadas debilidades humanas en la autenticidad del compromiso apostólico. La información rigurosa y herramientas de gestión de la naturaleza humana bien fundamentadas que estoy en condiciones de ofrecer, pueden contribuir a permitir resituar la interacción comunitaria en pos de construir una vida fraternal que haga eco a la encomienda de Jesús. “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”, Jn 13:35.

Para cualquier matización, profundización, interés, inquietud o propuesta, podéis contactarme a:

«Mea máxima poenitentia, vita communis»

La vida religiosa es, ante todo, comunión. Sin embargo, el título enuncia la célebre afirmación atribuida a San Juan Berchmans, que alude a una de las paradojas con las que se convive tácitamente en el contexto de la vida fraternal: “Mi máxima penitencia es la vida común”. Mis oídos se hicieron eco de esta cita en los inicios de mi etapa como seminarista y, desde entonces, tuve curiosidad por cuestionarme los distintos motivos que sustentaban su resonancia en la convivencia fraternal.


La primera aproximación para abordar la cuestión llegó a través de mi director espiritual en el seminario, el reverendo Telesforo Pedraza. Él orientó mi inquietud bajo la perspectiva evangélica. Sin embargo,
percibiendo mi incansable interés por explorar el tema con profundidad y amplitud, me animó a que buscara también respuestas en el campo de la ciencia, bajo el plural prisma de la condición y la mente humana.
Años de indagación y de ejercer como formador en diversas comunidades, me permitieron ahondar en una larga lista de rasgos de la naturaleza humana que constituyen el fundamento de la convivencia fraternal, entendida como un acto de verdadera unidad y comunión para con nuestros confraternes y con el Padre.
Enumerar y comprender por separado cada una de las características que investigué daría lugar a un pozo sin fondo de información, que no desembocaría en una vía clara de resolución a la situación que nos ocupa:


¿Cuáles son los “hilos invisibles” que fracturan la convivencia fraternal?


Para responder de una manera aterrizada a esta pregunta, emprendí la tarea de aunar, integrar y analizar
profundamente la información estudiada. Con ello, pude crear una síntesis estructurada y concisa de tres
pilares
constitutivos de áreas vulnerables y potencialmente frágiles de la naturaleza humana que, en el
contexto de la vida consagrada, se pueden reconocer como debilidades y emergen como la compilación de algunas de las explicaciones más razonables, recurrentes y demostradas al eco del conocido enunciado de San Juan Berchmans.
El objetivo de este artículo no es otro que el de compartir la síntesis de este resultado trifacético, tanto desde el punto de vista teórico, como abordando cuestiones prácticas que faciliten la gestión individual a favor de la consecución del contexto y propósito de vida en comunidad anhelado. Por ello, dirijo estas líneas a todos los miembros de comunidades, a quienes las coordinan y a sus formadores. En estas páginas, planteo un itinerario breve acerca de: en qué consisten las tres debilidades, por qué y para qué es importante conocerlas, cómo podemos gestionarlas y cuál es la vertiente favorable que cada una ofrece.
Veamos pues, las tres debilidades que son propias de nuestra condición terrenal, que permiten englobar y rescatar los inconvenientes que de sus pormenores repercutan en el desempeño en la vida de comunidad.


Estas tres son:

La debilidad por el poder. La debilidad por los afectos. La debilidad por la riqueza.

¿En qué consisten las tres debilidades?


Antes de continuar, a usted que está leyendo, le sugiero que, aún sin adentrarse en la descripción en detalle de los aspectos que comprende cada debilidad, realice una pequeña aproximación introspectiva autoasignándole el orden en el que cree que le afectan. Es decir, cuál sería para usted la más predominante de las tres, cuál le seguiría y cuál es la que menos influencia ejerce sobre usted. Es más, sería interesante que cuando finalice la lectura de este artículo, vuelva sobre esta parte a fin de que ratifique o rectifique el orden que ahora ha establecido.
Comentemos cada debilidad, describiendo algunas conductas a través de las cuales éstas se manifiestan:

  • 1. Debilidad por el Poder

En el interior de las comunidades podemos encontrarnos cotidianamente con actuaciones que reflejan esta debilidad. Para detectarla, podemos analizar discretamente en esos conflictos y desencuentros que se producen entre dos o más miembros de la comunidad y que, bien analizados, se enraízan en una guerra de poderes y de simulados orgullos, a los que con frecuencia se enmascara subrepticiamente bajo cuestiones de autoridad. Dichos conflictos, por lo general, crean un ambiente de tensión y de disputa que desemboca en desacuerdos, pugnas, consejas, envidias o divisiones. Y, en caso de no moderarse, pueden derivar en conductas de acoso moral (con cualquiera de las formas de hostigamiento que éste puede incluir) y, no en pocas ocasiones, terminan produciendo puntualmente traslados, expulsiones e, incluso, deserciones.
Otra percepción de esta debilidad la encontramos en aquellos consagrados que presentan un significativo interés por el estatus o puesto que pueden ocupar, y por su posición en una escala jerárquica. A menudo -incluso con mayor frecuencia de la aparente-, pueden acudir al tráfico de influencias y emitir comentarios directos o indirectos a fin de que se les facilite la consecución de determinados nombramientos a los que aspiran. Sin embargo, para ellos, estas designaciones no son más que peldaños temporales de una escalera por la que pretenden continuar subiendo en pos del poder que anhelan. De ahí que, cuando les remueven a cargos que bajo su perspectiva ven como un descenso dentro de su imaginaria escalera a puestos de mando, o cuando le adjudican a otra persona el cargo al que ellos vislumbraban como su siguiente escalón, tienden a tomárselo como una cuestión personal. Por ello, pueden reaccionar acusando o somatizando la sensación encubierta de pérdida de poder, y entran en un conflicto interno que les afecta y desequilibra notoriamente tanto en lo personal, como en el desempeño de su compromiso apostólico. Igualmente, relacionadas con esta debilidad, se hallan las tendencias de algunos consagrados a vincularse a movimientos políticos, cuyos procederes son poco o nada compatibles con la moral cristiana. Pese a esto, se adhieren a ellos movidos posiblemente por intereses de co-gobernanza, por mantener privilegios de poder u otros motivos, a veces, no tan evangélicos. Como apunte final, tengamos en cuenta, que esta debilidad es la que a menudo dificulta
el buen cumplimiento del voto de obediencia.

  • 2. Debilidad por la Riqueza

Esta debilidad es un contrapeso para el voto de pobreza y, por lo general, suele suscitar en quienes la viven un elevado interés por conocer información sobre la condición socio-económica de miembros o amigos de la comunidad, propiciando a que, con frecuencia y de una manera más o menos evidente, brinden tratos privilegiados a aquellos económicamente más prestantes.
Otro rasgo de esta debilidad es la notoria inclinación por dar más importancia a la marca o apariencia del
vestuario, objetos u otros bienes que se utilicen, más que a las prestaciones que estos ofrezcan. Además,
quienes la viven, es habitual que incluyan en sus tertulias comentarios sobre posesiones, adquisiciones,
lucros o suntuosidades, que con frecuencia enmascaran bajo el pretexto del buen gusto o del interés por la otra persona. Como consecuencia de todo ello, no es extraño que empañen el buen servicio que brinda su comunidad, debido a que pueden anteponer el factor financiero sobre la misión de ella, trasluciendo una excesiva preocupación por el coste-beneficio.
Otras de sus manifestaciones la encontramos en aquellos que, valiéndose de la confianza y del rol que
desempeñan, se dedican a buscar desmedidamente lucros, lujos, comodidades, donaciones, dádivas u otros beneficios materiales, que les pueden hacer incurrir en ostentaciones e, incluso en casos extremos en apropiaciones indebidas.

  • 3. Debilidad por los Afectos

Esta debilidad, sin lugar a duda, es la más frecuente de las tres y se detecta sutilmente en aquellos miembros de la comunidad que son muy susceptibles o reactivos frente a cómo se les habla, tanto en cuanto al tono y palabras que se emplean hacia ellos, como en los detalles del lenguaje no verbal. La notamos con mayor evidencia en las situaciones en que vemos poco uso de la lógica racional y se presentan serias deficiencias de autocontrol emocional. Estas circunstancias suelen dar paso a melodramas, victimismos o supuestas posturas heroicas, como también expresiones afectuosas en contextos que no corresponden. Por ejemplo, adicionan innecesariamente manifestaciones táctiles como caricias, abrazos y otras de índole semejante, que simuladamente maquillan y justifican con frecuencia bajo el pretexto de cercanía y calidez. Debe tenerse en cuenta que dichas situaciones, ocasionalmente, son exposiciones a peligrosos jugueteos en territorios afectivos que, de no mediar una buena alfabetización y auto-administración emocional, pueden acabar desembocando en vinculaciones que desestabilicen su entrega a la vida comprometida.
El cumplimiento del voto de castidad se hace más difícil bajo la influencia de esta debilidad y, lamentablemente, es dentro de ella en la que se enmarcan los desafortunados casos de abusos sexuales.
Las manifestaciones conductuales propias de cada debilidad que acabo de exponer son apenas un pequeño atisbo de estas. Claramente, pueden resultar insuficientes para alcanzar a reconocer la presencia e impacto de estas debilidades en quienes lean este artículo. Esto es algo natural y comprensible que ocurra por dos motivos principales:

  1. En primer lugar, por la influencia del sesgo optimista, presente en el 80% de nuestras mentes, que
    consiste en una tendencia a subestimar la posibilidad de vernos involucrados en cosas que nos
    parecen negativas, y a sobrevalorar la posibilidad de que nosotros mismos salgamos mejor librados
    que el resto de las personas frente a determinadas situaciones, convencidos de que no atravesaremos en primera persona los inconvenientes o fracasos que otros han tenido. A pesar de
    que este sesgo tenga fines adaptativos y beneficiosos para nuestra supervivencia y evolución, en
    ocasiones puede convertirse en una resistencia a aceptar realidades de nuestra propia personalidad
    o circunstancias que nos atañen directamente. Es necesario reflexionar con honestidad al respecto
    para no caer en esa auto-trampa.
  2. En segundo lugar, porque el lenguaje escrito del que me valgo para comunicarme en este medio es
    apropiado para compartir los aspectos cognitivos del tema que abordo -que serán captados desde la lógica racional del lector-, pero presenta sus limitaciones a la hora de abarcar en profundidad el
    nutrido entramado que existe en torno a las debilidades. Estas se despliegan a través de un abanico
    conductual tan repleto de matices, que, para comprenderlas y gestionarlas más asertivamente, se
    requiere el uso de otras lógicas de la experiencia humana, como la emocional y la espiritual, que se
    pueden abordar de manera más eficiente y efectiva en talleres y formaciones sobre este tema de
    manera presencial. Justamente en uno de los cursos que impartí para formadores de religiosos hace
    más de 20 años, ilustraba esta cuestión a través de la célebre afirmación de Blaise Pascal, “el corazón
    tiene razones que la razón no entiende” (pues a menudo difieren nuestra lógica racional y emocional), cuando una de las religiosas asistentes, la complementó diciendo “y el espíritu, tiene
    razones que ni la razón ni el corazón entienden”, haciendo alusión directa a lo que nos referimos con
    la lógica espiritual. Precisamente esta última acompaña como condición sine qua non al compromiso
    de carácter apostólico de la convivencia fraterna en las comunidades religiosas.

Si somos capaces de sobreponernos a las estrategias huidizas de nuestra mente, nos situaremos frente a la realidad de que, inocultablemente, en el día a día del interior de las comunidades, ocurren actuaciones que son un claro reflejo de alguna de las debilidades y que pueden minar con mayor o menor sutileza la
convivencia en comunidad. Además, en algunos casos, ciertas conductas pueden trascender el ámbito
interno de la comunidad, difundiéndose actitudes que dejan mucho que desear, y a través de las cuales se cause un elevado perjuicio a la obra, al buen nombre y honor de todos los miembros de la comunidad, y a la propia institución.

¿Por qué y para qué es importante conocer las tres debilidades?

Es indudable que en los miembros comprometidos con la vida consagrada, sobresale la voluntad de que la lógica espiritual predomine sobre el resto de las facetas. Para lograrlo, se ven en la necesidad de gestionar las vicisitudes propias de la naturaleza humana a favor de su vocación. Sin embargo, esto no es tarea fácil debido, entre otras cosas, a que dichas debilidades provienen de necesidades psico-emocionales parcialmente descubiertas. La gestión de estas es realizada principalmente por el inconsciente y, a menudo y con mayor o menor sutileza, sus manifestaciones ponen en entredicho el compromiso y la integridad moral de los miembros de la comunidad, en la que muchas de sus conductas no son más que un reflejo de las tres debilidades que nos afectan a todos los humanos, y sobre las que todas las personas (incluidas especialmente quienes vivimos el propósito de alinear nuestra vida con los valores de Cristo), deberíamos adquirir herramientas de gestión. Aprender a moderar y gestionar más asertivamente nuestras dificultades naturales resulta de vital importancia, porque el ambiente afectivo de una comunidad lo determina la experiencia de la fraternidad evangélica. Nuestro compromiso apostólico demanda atenciones y cuidados especiales, como bien lo podemos percibir en la intervención de San Juan Pablo II cuando se dirigió a la plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida apostólica, 20 de noviembre de 1992 (Cf. L’Osservatore romano, 20-XI-1992, n. 3. Citado en VFC 71), diciendo: “Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en común. Más aún, toda la renovación actual de la Iglesia y de la misma vida religiosa se caracteriza por una búsqueda de comunión y de comunidad”.
En los tiempos actuales, en los que las deserciones y la crisis vocacional innegablemente han tomado cierto auge, es urgente robustecer la vida comunitaria para que contribuya en la construcción y preservación de una auténtica fraternidad que sirva de sostén y haga más llevadera la vida comprometida. En este sentido, el conocimiento que se vierte sobre estas debilidades conviene evitar que se use para etiquetamientos o juzgamientos de nuestros hermanos. De ser así, el objetivo se vería gravemente malogrado, entre otras cosas porque es una realidad que nos atañe a todos -en tanto en cuanto es parte inherente a nuestra naturaleza humana-, por lo que resulta más loable encaminarnos hacia posturas compasivas y comprensivas, que reactivas o juzgatorias. Tener la valentía suficiente para con nosotros mismos de reconocer nuestras debilidades es también la antesala para mirar con amor y espíritu de colaboración a las que afectan a otros.
Es más, quienes se ven desbordados por alguna de estas debilidades, a menudo expresan a través de las confesiones y las asesorías personales, cuánto sufren a causa de ellas, especialmente en la medida que
buscan decididamente la santificación de su compromiso con nuestro señor Jesucristo, quien nos invita
precisamente a no juzgar (Mt 7:1-5).
Cuando las debilidades campean a sus anchas en el ambiente comunitario, van minando progresivamente la consciencia de estar convocados por el Señor, van expandiendo un estado de malestar, de sufrimiento y de desorientación en la vida consagrada, que termina afectando las relaciones interpersonales, la buena marcha de la congregación y haciendo que la vida en común como identidad de la vida consagrada tenga un uso mas utilitarista, turístico o competitivo, que de autentica confraternidad, dando de paso cabida a inestabilidades emocionales, soledades y solitariedades que ahondan las carencias de nuestra personalidad. Siendo todo ello muy contrario a la esencia de la vida comunitaria que está instituida para encauzar hacia la fraternidad, fomentar la espiritualidad de la comunión, apoyar y ayudar a una experiencia de Dios más plena.

¿Cómo se originan las tres debilidades?

Aunque las debilidades tienen un origen multifactorial, lo que principalmente incide en ellas son las
necesidades psico-emocionales deficientemente cubiertas. En su conformación confluyen diversidad de
elementos conscientes e inconscientes que, integrados, crean una impronta en nuestra personalidad que nos impacta a nivel mental, emocional y espiritual. En otras palabras, cada debilidad se trata de un “constructo mental” en el que se agrupan emociones, sentimientos, ideas, experiencias, vivencias, recuerdos, conductas, engramas, anclajes, sesgos, creencias, miedos, modelos y otros elementos mentales, relacionados con situaciones que aluden a una determinada carencia, dejando un rastro imborrable en nuestra psique. La profundidad de esa huella personal que constituye la debilidad es difícil de concretar, puesto que cala recóndita e invisiblemente en las partes no conscientes de nuestra mente. Esta información es importante porque nos permite responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos constatar que una conducta inapropiada es causa de sentirse inconscientemente arrastrado por una debilidad, y que no es un desvío fortuito en la rectitud de nuestra actuación? Precisamente, comprendiendo que la debilidad parte de un conjunto de elementos bien asentados en nuestra mente, que generan una tendencia recurrente a que las conductas propias se desvíen en una misma línea de actuación que enmascara de una u otra manera el para qué, de cada una de las tres debilidades: 1) para obtener control (poder), 2) para adquirir comodidades o bienes (riqueza), y 3) para cultivar aceptación, aprecio o admiración (afectos).
Por todo lo expuesto, es muy conveniente conocer cómo funcionan los mecanismos de nuestra mente que activan repetidamente los mismos “circuitos” que alimentan nuestra debilidad. Esto ocurre a base de
secreciones bioquímicas transitoriamente placenteras, rutas neuronales eficientes que nos permiten
respuestas rápidas y, sobretodo, sutiles negociaciones mentales entre distintas “voces internas” en las que
nos vemos inmergidos con frecuencia. Algunos de los factores que desde los estados más tempranos de la infancia contribuyen a la formación del “constructo mental” mencionado en el párrafo anterior, aparte de las necesidades psicoemocionales deficientemente cubiertas (también llamadas “huellas emocionales” o “heridas emocionales”) son: el modelo familiar, el nivel de autoestima, el vacío afectivo, la mentalidad, los estados del yo “PAN” y las rutas funcionales más eficientes de la mente. Todos ellos requieren profundo y minucioso abordaje para comprender y gestionar su implicación en nuestra conducta.
A la vista de los factores intervinientes, cabe aventurar que no es sencillo que exista una solución unigénita que resuelva una cuestión de índole multifactorial. Por ello, el abordaje de gestión de las debilidades resultará más asertivo y eficaz cuanto más integral sea.

¿Cómo podemos gestionar las tres debilidades?

En primer lugar, apelando principalmente a la fuerza del Espíritu Santo, que nos ayuda a responder al amor del Padre auxiliando y estimulando nuestra coherencia y fidelidad en esta vocación de amor y nos protege generosamente bajo el abrigo de las virtudes infusas, favoreciendo la consecución de las virtudes mayores, como verdadero antídoto para cada una de ellas creando unidad dentro de la multiplicidad. Gracias a su compasiva y amorosa ayuda, nos resulta más factible la vivencia de las virtudes a las que podemos reconocer, entre otras cosas, como los hábitos que Dios va infundiendo en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad para ordenar nuestras acciones constituyéndose en un auxilio esencial para encauzarnos en pos de la fraternidad, a la vez que fundamenta mejor nuestro compromiso evangélico.
En la gestión de estas debilidades, es primordial incrementar las virtudes a las que orientativamente
podemos implementar bajo las siguientes perspectivas.

  • La fe, como virtud clave para combatir la debilidad por el poder, complementándola con las virtudes
    de humildad y justicia.
  • La esperanza, como virtud esencial para lidiar con la debilidad por la riqueza, complementándola con
    las virtudes de generosidad y prudencia.
  • La caridad, como virtud fundamental para paliar la debilidad por los afectos, complementándola con
    las virtudes de templanza y castidad.

Igualmente, hay que tener en cuenta que, para paliar las conductas consecuentes de las debilidades,
debemos mirar de cerca y con atención cuáles son los principales carburantes de la naturaleza humana que las encienden y movilizan. Esta aproximación a distancia corta nos permite percatarnos del poder invisible de tres factores como la ambición, el orgullo y la envidia, que son enormemente tóxicos para la vida comunitaria y la conciliación convivencial. Estos tienen muchas máscaras, algunas sutiles y otras que se manifiestan con mucha vehemencia. Por ejemplo, la codicia impulsa la ambición, la soberbia y la falsa
modestia atizan la vanidad y el orgullo, y la permanente comparación con los demás y los prejuicios potencian la envidia.

Por ello, complementariamente al trabajo que se efectúe desde la perspectiva evangélica, para fomentar la construcción y sostenimiento de la fraternidad, conviene valernos también de las ciencias, en tanto en cuanto éstas, bien empleadas, constituyen un valioso recurso que es conveniente aprovechar para llevar a cabo una gestión más adecuada de las debilidades en estos colectivos humanos, que con frecuencia contienen dentro de sí mismos marcadas diferencias a nivel de edad biológica, mental, intelectual, emocional e incluso espiritual. A fin de consolidar y estabilizar resultados notables en la gestión de las tres debilidades, debe efectuarse una labor estructurada y completa para transformar las conductas no deseadas de una manera aplicada y práctica, que nos permitan posicionarnos como arquitectos y constructores activos de la convivencia fraternal, y no como simples usuarios de esta, pues la calidad de ésta repercute significativamente en el desempeño pastoral. Por ende, abordajes limitados a conocer e identificar las debilidades o a gestionar solamente alguno de los componentes que las sostienen en nuestra psique, acabará siendo una labor, aunque bienintencionada, insuficiente e irresponsable. Es más, pueden llegar a generar resultados contraproducentes porque, tras lograr en primera instancia cierta mejoría mediante la información (cambios bioquímicos), si no se acompaña con herramientas adecuadas y potentes para su asimilación y gestión (cambios funcionales y estructurales), fácilmente pueden derivar en ciertos grados de frustración, en evasiones a través de la observación o señalamiento de las debilidades de otros miembros de la comunidad en vez de los de uno mismo. Como resultado, a pesar de que exista buena voluntad y esfuerzo, pueden obtenerse resultados poco gratos y las debilidades continuarán campeando ampliamente en su vida.
Avanzar en esa dirección con éxito requiere algo más que la intención de hacerlo, puesto que con ella sólo alcanzaríamos resultados cortoplacistas y efímeros. Sin embargo, adquirir pautas de autogestión enraizadas en el conocimiento de la inteligencia emocional, la psicobiología, permitirá un progreso paulatino y bien asentado. En estas tesituras, los resultados más eficaces y absolutamente transformadores de este proceso es mas factible obtenerlos cuando se involucran todos los miembros de la comunidad en estos menesteres formativos, acompañados eso sí, de un adecuado seguimiento a fin de conquistar conjuntamente una nueva experiencia de auto-convivencia con sus debilidades y, por ende, de mejora profunda en la convivencia común.

¿Cuál es el lado favorable de las debilidades?

Paralelamente, las tres debilidades presentan tanto una vertiente desfavorable -e incluso un tanto tóxica-,
como una favorable o beneficiosa. Desfavorable, porque lleva la atención de la persona hacia las carencias y, favorable, porque, bien gestionada, dichos obstáculos vienen siendo los talentos que, en su infinito amor, Dios nos ha proporcionado como herramientas para trabajar en nuestro desarrollo espiritual. Aunque parezca una cuestión paradójica, encontramos sentido a este hecho si lo observamos a la luz de la evolución, puesto que el germen de estas debilidades se revela como una búsqueda adaptativa de conductas que favorezcan la supervivencia de la especie humana.

En el caso de la debilidad por el poder, subyace la necesidad psico-emocional de estabilidad, que da origen a la huella emocional de traición y, en segunda instancia, la necesidad psico-emocional de armonía que da origen a la huella emocional de injusticia. En cuanto a la huella emocional de traición, bien encauzada propugna en las personas entre otras características, un mayor uso de la lógica racional, de la prudencia, de la sensatez, del cuidado. Sin embargo, mal encauzada, arrastra a una necesidad de control, de obtener información y conocimiento que le ofrezca la seguridad suficiente para prever los posibles riesgos y peligros que pueden amenazar la viabilidad de sí mismo y de aquellos a quienes desea proteger. La capacidad de observación, vigilancia e inspección que se desarrolla a lo largo de los años con este fin, y que todos albergamos de manera natural, si no está bien encauzada dentro del marco de su función natural, puede trenzarse inapropiadamente con redes psíquicas -basadas en competitividad, orgullo y prejuicio- y con carencias emocionales que desemboquen en el anhelo de posiciones de control que subyace bajo la debilidad de poder. En cuanto a la huella emocional de injusticia, bien encauzada estimula en quien la tiene una mayor solidaridad, sensibilidad (que no sensiblería), para captar y gestionar incoherencias y desajustes, bien sea a nivel social, emocional, espiritual o de otra índole. No obstante, mal encauzada sumerge a la persona en la meritocracia, que le lleva a un activismo para merecer, sumiéndole con frecuencia en niveles de auto exigencia (perfeccionismo) que afecta su autocompasión, su estado personal y termina extendiendo a su labor y a su entorno más cercano.
En la debilidad por la riqueza, subyace la necesidad psico-emocional del sentido de pertenencia, que da
origen a la huella emocional de rechazo. Bien encauzada, promueve la integración, la observación,
creatividad, empatía cognitiva y un buen uso de la lógica racional. Sin embargo, mal encauzada, encubre la necesidad de obtener y mantener aceptación e integración, lo cual se comprende evolutivamente
contemplando la naturaleza social y gregaria del ser humano. Desde esta perspectiva, desarrollamos dos vías principales de mecanismos de adaptación: por una parte, la tendencia natural a aprender conductas que refuerzan el sentido de identificación y pertenencia con un grupo y, por otra, el temor a sufrir el rechazo o la exclusión por parte de nuestros congéneres. Cuando estas propensiones humanas se desvían llevadas por carencias, puede emerger con mucha fuerza una exaltación desproporcionada hacia la necesidad de aprobación, que fácilmente puede sumergir en la búsqueda de posesiones, comodidades y parabienes, tendencia entendible, al conocer que la psique humana es capaz de desarrollar a muy temprana edad “el constructo del yo”, una conciencia de individualidad necesaria para la autoprotección y la supervivencia. No obstante, esta idiosincrasia particular, alejada de la conciencia del bien común, la humildad y la generosidad, y experimentada desde la comparación continua con los demás, abre la puerta a la codicia, la envidia y la ambición exaltada que confluyen en el deseo de abundancia material que subyace bajo la debilidad por la riqueza.
En la debilidad por los afectos, subyace en primera instancia la necesidad psico-emocional de afecto, que da origen a la huella emocional de abandono y, en segunda instancia la necesidad psico-emocional de relevancia. En cuanto a la de abandono, bien gestionada, potencia la empatía emocional, el trato caritativo, cálido, cercano, pero si se desvía, arrastra a la búsqueda de obtener y mantener aprecio, estima o afecto. En relación con la necesidad psico-emocional de relevancia, bien direccionada, estimula en quienes la tienen, mayor empleo de la lógica emocional y buen desarrollo de habilidades de protección, cuidado, conciliaciones, entrega, generosidad, no obstante, si se distorsiona, inmerge a quien la vive, en una incesante búsqueda de aplausos, reconocimientos, de ser indispensables. Es más factible que estas tendencias se den bajo la existencia de carencias, vacíos o distorsiones afectivas y, emergen como consecuencia de una desproporcionada necesidad de estima, de afecto o de protagonismo.
Todo lo anterior se manifiesta de manera distinta en cada persona en función de su desarrollo genético y
epigenético. Juntos, fraguan, el conjunto individual y distinto de conexiones neuronales (conectoma) que
determina el funcionamiento de nuestra mente, y las rutas neuronales más eficientes para cada uno de
nosotros. Dichas rutas comprenden el desarrollo de determinados funcionamientos del cerebro que implican conocimientos, gestión y habilidades en los campos que impregnen las debilidades, lo que supone el desarrollo de destrezas e inteligencias favorables a lo que comprenda la debilidad correspondiente. A manera de ejemplo, las personas que presentan debilidad por el poder son muy dadas a potenciar su lógica racional y hacerse expertos en estrategias y desarrollo de habilidades sociales, concernientes especialmente al manejo y control de grupos. Sin embargo, quienes presentan debilidad por la riqueza son más propicios a desarrollar habilidades administrativas, de supervisión de procedimiento y ejecución, junto con el cultivo de una buena cultura financiera que en algunos casos complementan con inteligencia financiera. En cuanto a quienes tienden a la debilidad por los afectos, presentan una gran habilidad para captar el lenguaje no verbal, los cambios de ánimo y los sentimientos, lo que les proporciona un mejor desarrollo de la empatía. Además, suelen ser muy expresivos, lo que les facilita desempeñarse como conciliadores y a ser más proclives a adquirir cultura emocional, que es una de las condiciones básicas para desarrollar inteligencia emocional.
También, hay que tener en cuenta una realidad muy curiosa, y es que la debilidad predominante puede llegar a valerse de las habilidades favorables de las otras dos para arrastrar a conductas inapropiadas.
Al informarnos sobre las debilidades, es probable que convengamos que a priori resultan obstáculos para
nuestro desarrollo en la convivencia fraternal y en el desempeño en nuestra vida consagrada. Sin embargo, recordemos que se pueden convertir en una potente inspiración y fuente impulsora de capacitación para avanzar en nuestro camino espiritual, puesto que conocerlas e identificarlas nos ofrece la posibilidad de tener una hoja de ruta que ilumine la dirección de nuestros pasos de una manera que nos acerque al Padre, haciendo buen uso del lado favorable de la naturaleza humana que confía en su capacidad de previsión, vive en la abundancia de la esperanza y siente el amor del Padre como fuente inagotable e incondicional de verdadero afecto. Precisamente para encauzar la naturaleza humana en esta dirección, la labor formativa para gestionar y combatir las debilidades debe ser acometida principalmente por teólogos suficientemente versados, pero especialmente muy didácticos en la implementación de las virtudes, ofreciendo una respuesta eficaz y adecuada a la luz de la doctrina cristiana.
En cuanto al abordaje desde la ciencia, ha de hacerse multidisciplinariamente, pues cada factor precisa de
una acometida bien fundamentada. Tengamos en cuenta que la convivencia se efectúa con un colectivo
humano al que, por su compromiso, se constituye en modelo y animador de la obra cristiana por lo que le es muy importante, que su vida comunitaria sea más bien fuente de tranquilidad y ánimo y no otro desgastante frente de batalla, entre otras cosas porque las dificultades comunitarias suponen el motivo que más se aduce para las deserciones, como bien lo ilustra Amedeo Cencini en su magnífico libro “La vida fraterna: comunión de santos y de pecadores, Salamanca, Sígueme, 21999, 16”, en el que reza lo siguiente: “Un dato significativo y realmente preocupante es el que nos dan las estadísticas sobre los abandonos de religiosas (de vida activa y contemplativa), de religiosos (sacerdotes o no) y de miembros de institutos laicales. Analizando los datos sobre la década de los ochenta se observa –no sin cierta sorpresa y en todos los grupos– que el motivo más frecuente, a la hora de pedir dispensa de votos, la secularización (para los religiosos sacerdotes) o el abandono es con mucho el cansancio de la vida comunitaria, mucho más que los problemas de celibato, que las crisis de fe, que las relaciones problemáticas con las estructuras y que la falta de vocaciones u otras”.
Dentro de los objetivos de este artículo se encuentra el de brindar una pequeña colaboración en esa difícil búsqueda del justo equilibrio entre la vida comunitaria y la labor apostólica, aunque el principal objetivo es que la máxima de San Juan Berchmans reduzca lo más que se pueda su resonancia en el interior de la vida en comunidad. Por ello, esencialmente está dirigido a quienes se han consagrado a Dios en la vida religiosa.
No obstante, se hace extensivo también, dentro de sus límites, posibilidades y carácter, a los grupos
cooperantes de la labor evangelizadora en cuanto que, con ellos y para ellos, a su modo y manera, se
construye vida comunitaria, aunque no se comparta el ámbito estricto de la convivencia.
Bajo la anterior perspectiva, resulta muy oportuna la carta de 2014 en que el Papa Francisco se dirigió a los consagrados, diciéndoles: “Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús”.

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